domingo, 23 de octubre de 2016

AUTO DE FE: INQUISICIÓN EN EL SIGLO XXI, por Everardo Murias

Queridos lectores:

Me complace publicar en esta vuestra página el primer capítulo de mi novela Auto de Fe. Os doy permiso para compartirla con quien queráis con la condición de que quede clara mi autoría.
La novela versa sobre la ficticia posibilidad de tener una Inquisición en el siglo XXI en España. El Santo Oficio, como también se le conocía, continúa juzgando herejías en la España actual.

Muchas gracias y un saludo a todos.

Os pego aquí debajo el capítulo:



"AUTO DE FE

CAPÍTULO 1

Cuando el desdichado Heriberto Moria entró en el tribunal del Santo Oficio aquel lunes a las 8.30 de la mañana, supo que quizás no volvería a salir de allí con vida. Los de seguridad le quitaron todos sus efectos personales antes de franquearle la entrada a la sección número 5 de Delitos Contra la Moral y el Decoro.
-       ¿También me van a requisar el móvil?- preguntó a los funcionarios, que por toda respuesta precintaron el dispositivo en una bolsa de plástico transparente.
Como esperaba, cuando se sentó en el banquillo de los acusados su abogado aún no había hecho acto de presencia. Abogado de oficio, repetía constantemente en su cabeza. Como que no le inspiraba confianza tratándose del tribunal del que se trataba.
-       Póngase en pie el acusado- pidió el que parecía más importante entre los tres jueces inquisidores que acababan de tomar asiento en la tribuna a tres metros frente a la sala.
Orden que obedeció el acusado mientras maldecía por lo bajo al irresponsable de su abogado. El fiscal, ataviado con una impoluta sotana, sonreía divertido al ver cómo Heriberto, incómodo, se retocaba la corbata. El público, que atestaba la pequeña sala, guardaba silencio, esperando mientras un muchacho vestido de frack ofrecía palomitas y chocolatinas diversas a euro la unidad.
-       Con la venia, Señorías- dijo el fiscal poniéndose en pie.- No sé qué estrategia han planeado aquí el señor Moria y su abogado, pero me permito recordarles que ya llevamos diez, qué digo diez: quince minutos de retraso y esto no es serio a la par que digno. Pido permiso para proceder.
-       ¡Alto ahí! Mis disculpas. Pido perdón a tan ilustre tribunal por mi retraso- gritó el letrado de la defensa mientras, de paso, resbalaba y se daba de bruces contra el suelo.
Dos agentes de la Inquisición le ayudaron a levantarse y a recoger unos cientos de hojas que se le habían desparramado por el suelo.
-       Gracias, señores.- Se acercó a su cliente e hizo una reverencia a los jueces con tanto ímpetu que perdió el equilibrio y no volvió a caer porque el acusado le echó mano a tiempo.- Gracias, gracias. Amigo mío, no se disguste que ya está aquí su salvador.
Colocó todas las hojas encima de la mesa y estuvo rebuscando entre ellas.
-       Puede sentarse el acusado- rugió el juez mayor-. Aquí mis ayudantes- señaló a los otros dos jueces, cada uno a un lado suyo-me han facilitado el sumario de este proceso.
Mostró a todos una carpeta que, por volumen, podría contener unos dos mil folios. Heriberto lo observó, luego miró de reojo  los pocos cientos de hojas entre las que seguía rebuscando su defensor.
-       Abogado-le susurró al oído-. Éstos tienen más hojas que nosotros.
-       Bastantes más. Me he traído las pruebas de otro juicio que tengo esta tarde. No se apure, soy un experto en el arte de la improvisación.
El otro agachó la cabeza y fijó la vista en la mesa. Volvió a intervenir el juez:
-       Es el turno del acusado para confesar los delitos de los que se le acusa. Nos gustaría recordarle que la confesión puede significar una importante diferencia en la pena que se le imponga.
-       Protesto, Señorías-dijo el abogado defensor al tiempo que se ponía en pie-. Aquí mi cliente, que ya ven que no rompe un plato, aún desconoce los delitos de los que se le acusa.
Moria alzó la cabeza, como empujado por un resorte:
-       ¿Ah, que se me acusa de más de uno?
El letrado, por toda respuesta, se llevó el índice a los labios para que se callara.
-       Siéntese, abogado. Ya se nos había olvidado que usted es desconocedor del funcionamiento de los tribunales del Santo Oficio, pero también esperábamos que se documentara antes para poder realizar su trabajo.
-       Sí, sus señorías- respondió el abogado. Puso todos sus folios en un montoncito y lo señaló-. Lo tengo justo aquí, página diecisiete.
El acusado palideció y volvió a agachar la cabeza.
-       Señor Moria, este tribunal le da la oportunidad de confesar todos los delitos de Fe y Moralidad que ha cometido. Nosotros nos comprometemos a aliviar su pena si se arrepiente sinceramente.
Moria miró a los tres jueces de uno en uno, pero fijó más su atención en el mayor, que era el único que hablaba y que parecía ser el mandamás.
-       Abogado, proteste o algo, que me empluman- dijo por lo bajo.
-       ¿Eh?- cerró la tapa del móvil cuando se dio cuenta de que su defendido le estaba hablando-. Ah, sí, sí.- Se puso en pie enérgicamente-. ¡Protesto, Señorías! Enérgicamente, y un poco más, si se me permite.
-       Denegada. Haga el favor de sentarse y deje hablar al acusado.
-       Por supuesto, sus ilustres ilustrísimas-. Se sentó de nuevo y sacó el móvil. Se dio cuenta de que su cliente le observaba mientras enviaba un mensaje de texto-. Ya ve que lo he intentado, pero no hay nada que hacer. Confiese y a lo mejor le conmutan la pena.
-       ¿Y bien, acusado? Estamos esperando.
Heriberto se puso en pie y se santiguó, a ver si eso ayudaba.
-       Señorías, señor fiscal, respetable público…confieso que hace una semana que no voy a la iglesia. Aunque, dicho sea de paso, tengo un justificante médico que está en poder de mi abogado. Bueno, aunque se lo ha dejado en casa. Y también he tenido pensamientos impuros con mi vecina la del quinto, que a veces saca la basura en camisón y yo la observo por la mirilla. Si su marido se entera me arranca la cabeza, porque es como un oso el tío. Aparte de estos pecadillos no recuerdo haber hecho nada digno de mención contra la Iglesia Católica y Apostólica Romana.
-       Siéntese el acusado. Tome nota, secretario. Turno de la defensa.
El abogado pegó un salto al oírse mencionado.
-       Con la venia, señorías. Deseo tomarle declaración a un testigo de la defensa.
-       Proceda.
-       Quiero llamar a declarar a Yónatan, el mejor amigo del reo. El Yona, para los amigos.
-       Agentes, hagan pasar al testigo.
El testigo, un hombre moreno de casi dos metros de estatura, entró en la sala escoltado por un alguacil que lo llevó a su asiento.
-       ¿Jura decir la verdad y toda la verdad, en el nombre de la Santa Iglesia Católica?
-       Lo juro.
-       Siéntese, señor Yona…Yónatan- dijo el juez mayor y a continuación se dirigió al abogado de la defensa-. Su testigo.
-       Gracias, Ilustrísimas. Buenos días, Yona.
-       Buenas.- Miró al juez-. ¿Por qué me ha guiñado el ojo este señor?
-       Proceda, abogado. Testigo, concéntrese en responder.
-       Gracias, Señoría-dijo el defensor-. Señor Yona, ¿hace mucho que conoce usted a mi defendido?
-       Uffff, un paquetón de años.
-       ¿Diría usted que el acusado es ateo?
-       ¿Ateo, el Herbert? ¡Qué va! Se pasa el día rezando, el tío.
-       Cuénteme un poco cómo es el día a día del señor Moria.
-       Se levanta por la mañana. Reza. Se ducha. Reza. Desayuna. Reza. Se va a trabajar. Come. Sigue trabajando. Sale de trabajar. Se va a casa. Reza. Se acuesta. Y así todos los días. Siempre se comporta de modo responsable y respetable. El otro día evitó que una mujer se suicidara arrojándose a los jabalíes en el Paseo de la Florida, ahí cerca de Vallobín. Cuándo le pregunté por qué lo había hecho me dijo que suicidarse va en contra de la Santa Madre Iglesia. Un beato, el tío.
-       Señorías- continuó el abogado-, me gustaría que tomen ustedes nota de las declaraciones del testigo.
-       Así se hará.
-       No hay más preguntas, Señorías.
-       Señor fiscal, ¿desea interrogar al testigo de la defensa?
-       Por supuesto, Señorías.
-       Señor abogado, puede sentarse.
Antes de sentarse, el defensor le estrechó la mano al Yona, y nadie, aparte de ellos dos, se dio cuenta de que le acababa de pasar un billete de cincuenta euros que el testigo se guardó con disimulo.
El fiscal se acercó al estrado.
-       Con la venia, Sus Señorías.
-       Proceda.
-       Señor Yónatan. Me alegra que tenga usted amigos tan respetables.
-       Gracias.
-       De nada. Y dígame: ¿en qué trabaja don Heriberto?
-       Es administrativo en una oficina del centro, ahí por donde la calle Uría.
-       ¿A qué hora sale a comer?
-       No sé, a eso de la una o así.
-       ¿Suele llevarse una tartera para calentar la comida?
-       No, muchas veces come en el restaurante kebap de la esquina.
-       ¡Ajá! Tomen nota, Señorías: ¡restaurante kebap!
-       ¡Protesto, Señorías!- gritó Heriberto.
-       Acusado, cállese y siéntese. Sólo el abogado de la defensa y el fiscal pueden protestar.
-       Disculpe, Excelencia- dijo. Le dio un codazo a su defensor-. Proteste, hombre.
-       Protesto, Señorías.
-       ¿Y ahora por qué?
-       Señorías, no entiendo la relación que tiene el menú de mi cliente con los delitos que se le imputan o imputen.
-       Denegada.
-       Ya ve, Heriberto, me tienen atado de pies y manos- comentó el abogado a modo de disculpa.
-       Puede continuar, fiscal.
-       Don Yónatan, ¿qué suele comer su amigo en el restaurante kebap?
-       Durum de pollo o ternera. Es un personaje el Herbert.
-       ¡Ajá! Señorías, quiero que tomen nota de que el acusado, por algún motivo que desconocemos, nunca pide durum de cerdo para comer.
-       Anotamos.
-       Señor Yónatan- prosiguió el fiscal-, ¿puede decirnos si alguna vez ha visto usted en persona rezar a su amigo?
-       Sí, claro, lo hace en cualquier momento y en cualquier lugar. A buena parte con él. Se lo he dicho, es un beato.
-       ¿Podría usted decirnos cuál es el ritual que sigue don Heriberto a la hora de rezar?
-       Pues consulta el reloj, o le suena la alarma del móvil, y allí donde esté da varias vueltas hasta que elige la orientación idónea. Se arrodilla en el suelo y se pone como a murmurar. Cuando se le pasa se pone en pie y sigue con lo que estaba haciendo.
-       ¡Eso es mentira!- gritó el reo.
-       Acusado, no le volvemos a avisar: solamente su abogado puede…
-       Vale, vale, perdón-. Le dio un codazo al defensor-. Diga algo, hombre.
El abogado se puso en pie:
-       ¡Eso es mentira!, dice mi defendido.
-       ¡Está usted llamando mentiroso al testigo? Me permito recordarle que los testigos juran ante Dios decir la verdad, y poner en duda la palabra de un testigo se castiga con una pena de cien latigazos. ¿Se reafirma usted?
-       Sí, Señorías. Me reafirmo en que el testigo dice la verdad-. Heriberto le sujetó de la pernera del pantalón y parecía querer protestar-. Cállese, hombre. Que soy de nalga sensible.
-       Proceda, fiscal.
-       No hay más preguntas, Señorías. Sólo un pequeño comentario para conocimiento del testigo, que no estaba en la sala desde el comienzo de la vista. Sepa usted que su querido amigo espía a su mujer por la mirilla.
El Yona fulminó a Heriberto con la mirada. El fiscal se acercó a estrecharle la mano al testigo, y nadie, excepto el reo y su abogado, se percató de que le pasaba un billete de quinientos euros que se guardó con disimulo.
Heriberto Moria le dio un codazo a su defensor:
-       Le ha dado más que usted- le susurró.
El juez mayor volvió a tomar la palabra:
-       Puede bajar del estrado, testigo.
-       ¿No me van a dar más? Que diga, ¿no me va a interrogar nadie más?
-       Baje del estrado.
-       Sé más trapitos sucios de otros vecinos.
-       Váyase, testigo.
-       Sí, señoría.
Cuando el testigo abandonó la sala los tres jueces formaron un corrillo y estuvieron murmurando algunas palabras ininteligibles. El juez mayor volvió a dirigirse al fiscal:
-       Es el turno de la acusación. ¿Desea usted hacer subir algún testigo al estrado?
-       Si Sus Señorías me dejan, y además me lo permiten, me gustaría llamar al testigo protegido número 1.
El reo palideció y conminó a su abogado a inventarse alguna argucia.
-       Déjelo en mis manos- le tranquilizó-. Señorías, ¿puedo solicitar un receso?
-       Es muy irregular. ¿Y a qué se debe?
-       Estoooo, eh- miró a su cliente, su cliente le miró a él, y se volvieron a remirar. De repente sonrió y le hizo un gesto tranquilizador a Heriberto, al tiempo que se dirigía al tribunal-. Que mi cliente quiere rezar."


Cita con la Historia/22.LA INQUISICIÓN por malpharus

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